Revista Nº 2

Éric Laurent - Mónica Torres


¿Qué autoriza al matrimonio?

Liliana Bilbao y Nora Cherni


Autorizándonos a partir del título de la Editorial del primer Enlaces, "¡Hablemos del matrimonio!", nos formulamos la siguiente pregunta: qué autoriza al matrimonio como institución social que regula la relación entre el hombre y la mujer, en cada época. Una respuesta a esta ambiciosa pregunta se puede situar en el recorrido de los trabajos de la presente publicación, que comprenden desde los tiempos antiguos hasta nuestros días, permitiéndonos pensar diferentes lugares para el deseo, el amor y el goce en relación con el matrimonio, según la época.

El matrimonio, desde sus orígenes, es un intento de incluir lo sexual en el orden social: lo paradójico es que, con el concepto de lo social encontramos, por un lado, un tipo de lazo que podemos llamar de sometimiento a normas de conducta y, por otro, una forma de lazo diferente al sometimiento que puede tomar diversas formas. A su vez sabemos que la sexualidad es imposible de domesticar a través de ninguna regla, es decir, a nivel de la sexualidad el hombre "no tiene hogar".1

Sin embargo, el matrimonio tiene la ventaja de que al mismo tiempo que vela esta verdad, la devela, empuja al enfrentamiento con el Otro sexo, en el sentido por el cual el matrimonio es una modalidad de lazo con el Otro/otro. Desde el contrato matrimonial judío, como el de la Grecia antigua, así como algunos ejemplos de solteras en el Renacimiento (como modalidad de oposición al casamiento), se puede ubicar una aceptación del orden social bajo la modalidad del Otro feroz encarnado en la figura del padre.

Este Otro determinante de las condiciones 'contractuales' que unen a un hombre con una mujer, equivale, en el judaismo, a un contrato privado en el que ambos partenaires quedan "consagrado” (quidushim) al cumplimiento de una serie de obligaciones que cobran el sentido de la "colaboración humana con la creación divina", situándose entonces al no-casamiento como lo antinatural. Sabemos que la religión siempre remite al nombre del padre y a su cara goce, lo que se vuelve un obstáculo para relacionar el matrimonio desde el punto de vista de la religión -cualquiera sea ésta- con el amor más allá del padre y por lo tanto con el deseo.

Con relación a la antigua Crecía la situación es similar, con la diferencia de que en este caso parece más evidente que el matrimonio tenga como función el contrato económico y de intercambio de mujeres entre las figuras masculinas -padres o hermanos varones-, únicos en disputar el poder político y económico, en tanto es a través de él que pueden acrecentar sus bienes materiales y, también, asegurar su continuidad corno ciudadanos con los hijos de una relación legitimada en el matrimonio. Aquí, el matrimonio, como relación institucional entre los sexos, no parece decir nada acerca del amor y del deseo, pero sí aparece como un pacto regulador de la sexualidad, considerando que especialmente el mundo griego está caracterizado por su riqueza en cuanto a diversidad respecto de lo que podríamos llamar sus modos de goce, y sobre todo desde el punto de vista de su particularidad pensada como incorporación. Es a partir de esta perspectiva -la de la incorporación-, que el concepto de philia, especialmente la amistad entre los hombres como característica de la antigüedad griega, tiene tanta vigencia, situándose el matrimonio como regulador de ésta al mismo tiempo que le da consistencia. Con relación a las solteras, a partir de distintos estilos se pueden ubicar dos modos diferentes de lazo con el Otro sexo, aquellas que aceptan el goce sexual y las que no, ya que si bien todas están referidas desde su oposición al matrimonio, lo singular, por ejemplo, de "las virago" y "las preciosas" era que no se retiraban del goce sexual como sí es el caso de las solteras típicas o las religiosas. Entonces, se puede pensar la soltería desde dos puntos de vista: a) el rechazo de los semblantes del matrimonio para ir en contra del orden social o, b) la soltería como la guerra de los sexos, que del lado de las mujeres toma la forma de evitar el encuentro con la sexualidad, y del lado de los hombres la de evitar el encuentro con el Otro sexo. Los tiempos actuales, más referidos a la inexistencia del Otro, ubican el contrato matrimonial con un valor diferente, en tanto se trata de otra concepción respecto de la pareja y la familia.

Para Eric Laurent el síntoma en la modernidad, como modo particular de goce, remite a "estilos de vida". A partir de aquí se puede decir que la definición de matrimonio se hace cada vez más compleja. En la antigüedad y el medioevo, y a partir de San Pablo y Santo Tomás de Aquino especialmente, el matrimonio permite no arder, o sea, controlar la pasión; en la modernidad lo que permite el matrimonio es verificar la función social de criar a los hijos, es decir cómo alojar un hijo en una pareja, entre dos modos de gozar diferentes. Si el Otro falta en los tiempos modernos, Laurent propone, desde el psicoanálisis, promover "las metáforas del síntoma" como modalidad de relacionarse con el sexo. Se puede decir que así como en la antigüedad el amor y el deseo se ubicaban por caminos diferentes a los del ma¬trimonio, en la modernidad parece ser que la tendencia es a incluirlos. Podemos encontrar esta misma posición en el extenso recorrido del texto de Pablo Russo, cuando sostiene que la relación entre el amor y el matrimonio es una concepción cultural reciente en Occidente, y que sitúa en el período de entreguerras de este siglo (hacia 1930), señalando que paradójicamente se da unos pocos años antes de que Lacan pronosticara la caída del padre. En este sentido, la relación de Dalí con Cala, tal como la ubica Mónica Torres, es un ejemplo del encuentro con el amor. Al decir del propio Dalí, y también de sus propios amigos, ese encuentro lo marcará para siempre. Su famosa philia con Buñuel y Lorca se eclipsó a partir de la aparición de una mujer. El lazo con Cala -nombre que nombra al abuelo paranoico y al hermano muerto-, le posibilita el acceso a las relaciones sexuales, podríamos decir que lo acerca al lugar del goce vivificante, a la causa de goce que conduce al síntoma particular: "Dalí sólo podrá hacer el amor haciendo Gala de su síntoma".2

El síntoma, entonces, se puede definir como aquello que vehiculiza un modo de relacionarse con la sexualidad. Miller. en El hueso de un análisis, al decir que la pareja se funda sobre la relación a nivel del goce, ubica el síntoma del parlétre, es decir, cómo el Otro se torna síntoma, medio de goce del propio cuerpo y del cuerpo del cualquier otro. Es el cuerpo atravesado por el lenguaje, marcado por la perdida de goce y también por las huellas de vida del goce sexual.3

Es la perspectiva conceptual del partenaire-síntoma, que orienta el estudio de la historia del matrimonio, más allá del orden discursivo de una época, y que representa al mismo tiempo lo real de hombres y mujeres, en el sentido de lo que hace a la historia de un sujeto respecto de la relación con su inconsciente. Podemos decir que el matrimonio, desde ese lugar de velo, mixto de simbólico e imaginario, continúa produciendo efectos, ya sea a favor o en contra, es decir, que los sujetos se debatan entre el valor y la cobardía, corno los personajes de Stendhal, tal como sitúa Pablo Russo, desafiando el orden social o sometiéndose a él. El psicoanálisis tiene aquí algo para decir al ubicar el lazo al Otro ya no como sometimiento sino como un consentirá un "bien-decir".


1 Cavell, S., La búsqueda de la felicidad, Paidós, pág 41.

2 Ver página 15 de este mismo número.

3 Miller, j. -A., EL hueso de un análisis, Tres Haches, pp. 72 y siguientes.